viernes, 7 de marzo de 2014

La carta que nunca te envié

Querido Joaquín,


Escribo esta carta desde el mismo lugar donde te vi por primera vez pintando "La Romería". Hace ya  años de esto, pero todavía no he conseguido olvidar lo que aprendí de ti. La primera vez que supe de ti fue por un titular de un periódico del 9 de julio de 1915 que decía "El insigne pintor valenciano D. Joaquín Sorolla se encuentra entre nosotros desde ayer con su distinguida familia. Hemos tenido el honor de estrechar la mano de esta gloria de arte pictórico español". Nunca te lo dije, pero aquello me impulsó a acercarme esa misma tarde al pazo de Vista Alegre, quería saber como era aquel gran artista del que tanto hablaban. 

Te vi allí, rodeado de los castaños del jardín de la casa, expectante a la luz que proyectaban los rayos de sol de verano. En ese momento supe que eras diferente. Directamente fui a preguntarte por qué habías elegido Villagarcía de entre todos los lugares de Galicia. Mi pregunta te sorprendió, me explicaste "Necesito trasladar al lienzo algo típico de esta tierra y Villagarcía me pareció muy a propósito para la consecución de mis deseos, y lo que ahora quiero, es un lugar tranquilo y soleado en que poder trabajar a la vista de los modelos vivientes a buscar entre la gente del campo y del mar". La forma en la que te expresaste, tus palabras y tu soltura fueron la verdadera sorpresa de aquel encuentro.

Poco a poco, al igual que todos los habitantes de este lugar, te acompañaba entre la multitud de gente cuando ibas a coger bocetos en el mercado. De vez en cuando me acercaba a tus pinturas y me quedaba asombrada con aquellos lienzos. "Cuanta mas luz más verdad y cuanta más verdad, mas belleza" repetías constantemente mientras pintabas tus obras.

En ningún momento mi amor hacia ti fue correspondido, ya que nunca pude decírtelo. Continuamente me contabas lo mucho que echabas de menos a tu familia en tus múltiples viajes, el frío que pasabas viajando por el norte, los delirios que pasabas al no ver en un largo periodo de tiempo a tu Valencia querida... Por esas razones no me vi capaz de confesar todo lo que habías sido para mi esos días. 


Querías volver a Javea cuanto antes para poder pintar el agua fina, la locura de la luz, los mil colores reflejados en el mar... Aquí también había mar, pero no era tu Javea, ni tu Valencia. Y tampoco era yo Clotilde.

En una ocasión me dijiste que la familia que tenías era aquella que siempre habías soñado, la que nunca tuviste en tu infancia. Todos estos años he estado buscando a alguien con tu grandeza, tu maestría... Pero aquí en Villagarcía no hay gente como tú. Siempre me impresionó todo lo que conocías del mundo, además de tus dotes pictóricos, todos tus viajes te hacían una persona completa. Como bien sabes yo nunca he salido de aquí, de mi entorno, de mi familia... Pero espero que en algún momento tenga la oportunidad de saber de otras regiones de España, aquellas que me enseñabas en tus tablas de bocetos. Aquellos "bocetos" que para mí eran una obra de arte como cualquier otra.

Tus ganas de conocer me impulsaron a buscar en bibliotecas aquellas cosas que no conocía, pero la educación y la cultura en estos territorios no es accesible a cualquiera. Tu carácter bohemio te incitaba a encontrar emociones e ilusiones nuevas, algo que por aquí no se ve todos los días.

Fuiste el hombre que me cambió la vida, aún conociéndote en poco tiempo rompiste mis esquemas y los de aquellos que pudieron establecer relación contigo en tu estancia en este lugar. 

Al igual que tú le enviabas a tu mujer cartas cuando no estabas con ella, yo te envío esta carta ahora que no estás aquí para que puedas saber la inquietud que has causado en mí. Tú necesitabas la luz para vivir, pero yo sólo necesité de ti unos días para cambiar mi vida. En 1926 supe que aquel gran cuadro que pintabas cuando te conocí, ya estaba en la Hispanic Society de Nueva York, mucho más lejos de lo que yo podré viajar algún día.

Hoy estamos en 1927, hace 4 años ya de tu muerte, y aun así te echo de menos.

Siempre tuya,

Lucía